Reflexión sobre lo que significó el belaundísmo para los derechos humanos de miles de peruanos. No está en los libros de historia del Perú.
EL PACTO DEL OLVIDO
Wilfredo Ardito Vega
Todos los años, cuando les pregunto a mis alumnos en qué gobierno se cometieron las mayores violaciones a los derechos humanos, me responden lo mismo: en el de Fujimori… y se quedan sorprendidos cuando se enteran que fue en el gobierno de Belaúnde.
No hay que culparlos de su ignorancia. Mientras Fujimori está preso por su responsabilidad en diversos crímenes, Belaúnde es recordado como un presidente democrático. Llevan su nombre una carretera en la selva, un auditorio del Congreso y diversos colegios. Eso sí, a mis alumnos les dicen en sus casas que Belaúnde fue un gobernante débil, que no reaccionó con firmeza frente al terrorismo, pues, en su gran ingenuidad, confundió a los terroristas con abigeos. Sobre las masacres que se cometieron entre 1982 y 1985, en las que los militares mataron a millares de campesinos, pareciera que jamás ocurrieron.
Con estos antecedentes, a mí no me ha sorprendido que los medios de comunicación muestren el desconocimiento de muchos jóvenes sobre el conflicto armado interno, al punto que, algunos, inclusive, creen que Abimael Guzmán está preso injustamente. A mí mismo me tocó hace poco explicarle a un estudiante que Guzmán no pertenecía al MRTA.
A mi modo de ver, este desconocimiento no es casual, sino que se basa en la intención de muchos peruanos de olvidar el periodo de la violencia política. Recuerdo que en 1994, a dos años de la captura de Guzmán, ya muchas personas hablaban de la “época del terrorismo” como si se refirieran al tiempo de los virreyes. Mi impresión es que después de la captura, la sociedad peruana hizo un pacto colectivo de olvido, para no pensar en lo que había ocurrido durante esos terribles años.
Ese pacto fue exitoso porque tenía muchos beneficiarios: en primer lugar, quienes cometieron crímenes desde el Estado. Se repitió que habían sido “necesarios para derrotar al terrorismo”, aunque ni Soccos, Umasi, Putis o las demás masacres de los años ochenta, ni las ejecuciones del Frontón ni los crímenes del Grupo Colina tuvieron ningún impacto en la derrota de los terroristas. Es más, las masacres de Ayacucho deslegitimaron totalmente al Estado, que se comportó como un sanguinario ejército de ocupación.
Otros grandes beneficiarios del pacto del olvido fueron los partidos políticos, comenzando por Acción Popular, en cuyo gobierno se asesinó sistemáticamente a ancianos, mujeres embarazadas y niños pequeños. Pensar que todavía se pueda asociar a Fernando Belaúnde con la democracia a mí me causa escalofríos.
Finalmente, el pacto del olvido beneficia a todos los que en aquellos tiempos guardaron silencio, prefirieron mirar a otro lado o fueron indiferentes frente a los crímenes... O a todos los que, según revela Jorge Bruce, sintieron una secreta satisfacción, porque los cholos se estaban matando entre ellos y, si desaparecían, podrían vivir en un país mejor. Como sucede con los tabúes existentes en las familias, este pacto buscaba evitar confrontarse con situaciones dolorosas, que reflejan responsabilidades y complicidades.
En las familias, también, cuando se admite un problema suele centrarse la responsabilidad en uno de los integrantes, que “tiene la culpa” porque es “malo”, o “egoísta”. En el Perú, nuestro recurrente mecanismo de defensa en relación a la violencia política es insistir en que Sendero Luminoso tuvo toda la responsabilidad y denominarlo una “ideología demencial”, es decir, una especie de locura colectiva, que obligaba a sus portadores a matar.
Esta concepción evita que pensemos que SL y el MRTA surgieron en un contexto de fuerte injusticia, racismo y exclusión y lo más perturbador, claro, es que este contexto todavía persiste. Por ejemplo, la semana pasada, Save The Children reveló que uno de cada cuatro niños peruanos sufre desnutrición, una situación escandalosa en un país que lleva bastantes años de crecimiento económico y que está tan orgulloso de su riqueza gastronómica… Pero, claro, es preferible no pensar en ello, porque asumir que existen millones de peruanos necesitados, descontentos y frustrados, puede hacer que quienes tienen una vida mejor se sientan cuestionados.
Si bien los terroristas y militares que cometieron crímenes atroces deben ser sancionados por ello, debemos admitir que la crueldad con la que actuaban es también un reflejo de cuánto odio acumulado existe en el Perú. Para evitar que estos crímenes se repitan, es importante tomar las medidas para eliminar las causas que generan este odio.
Lejos de ello, los peruanos seguimos negando lo que nos perturba: hace menos de cuatro años un escuadrón de la muerte asesinó a más de cuarenta personas en Trujillo, pero inclusive hay quienes trabajan en derechos humanos y prefieren asumir que esto jamás ocurrió.
Este año, el 7 de octubre, será una fecha crucial para ubicarnos frente al pacto del olvido y es el centenario del nacimiento de Belaúnde. En mi opinión, exigir justicia para las víctimas de su gobierno es una obligación de quienes queremos una sociedad mejor.
SER O NO SER COMO DECIA UN FILOSOFO ESCRIBIR ES FACIL EL PAPEL Y LOS EMAILS SOPORTAN TODO PERO ESTE COMENTARIO ES UNA MEDIOCRIDAD MAS PORQUE LA PERSONA LO DEMUESTRA CON HECHOS Y SI QUEREMOS CONVENCER Y CAMBIAR A LOS DEMAS COMENCEMOS POR NOSOTROS MISMOS QUE ESTAMOS HACIENDO EN NUESTRAS VIDAS SOMOS EJEMPLO EN NUESTRA FAMILIA, EN NUESTRO BARRIO EN NUESTRA CIUDAD EN DONDE LABORAMOS .....NO OLVIDEMOS EL QUE NO HA NACIDO PARA SERVIR HA VIVIDO PARA MORIR.....EMPECEMOS A CAMBIAR UNO MISMO COMO PERSONA SI QUEREMOS ENSEÑAR A LOS DEMAS ... Y NO CONFUNDAMOS A LA GENTE CON FALSOS Y SEUDO COMENTARIOS..... TODOS SOMOS LIBRES DE OPINAR CON LA MAS JUSTA RAZON...
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