
fujimori culpable. en algunas calles he visto estos afiches alusivos a la cercana condena al dictador de derecha. los afiches invitan a la manifestación de mañana (2:00 pm) en la plaza 2 de mayo,
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¡Fujimori culpable! / por Félix Álvarez Torres / visto en
blog fiis uniMe tomo un tiempo para recordar algunas cosas ocurridas en los años noventa.
Cuando yo recién había terminado el colegio y empezaba a asistir a la universidad, en el clima de convulsión social y la creciente sensación del estallido inminente, fui testigo de algunas cosas que merecen ser retenidas en la memoria. A fines del 89, un día la imagen de la cabeza decapitada de un estudiante de la Universidad Católica apareció en el periódico. Estaba desayunando y mis padres y mis hermanos nos detuvimos a comentar la noticia del pobre muchacho, asesinado por un escuadrón de la muerte, que aparecía en la foto y que era uno de seis chicos aniquilados de la forma más cobarde y cruel. La vergüenza que sentí en ese momento de pertenecer a la raza humana fue humillante.
Luego, conocí en la universidad a un chico al que llamaban el Comanche. Buen pata parecía, aunque nunca lo llegue a conocer bien. De pronto su desaparición fue noticia. Comentaba con mis hermanos y amigos como estas cosas estaban pasando frente a nuestros ojos. La policía, el ejercito y los paramilitares estaban matando estudiantes todos los días, preferentemente militantes de izquierda. Era tan común que escuche a compañeros de aula decir que Ernesto (así se llamaba el Comanche) era comunista y que “él se lo había buscado”. Como si pensar de una forma u otra fuera la justificación perfecta para ser torturado, asesinado y desaparecido; como si el sufrimiento de sus allegados tuviera alguna justificación. Recuerdo que escribí un artículo y lo pegue en el mural de mi facultad y un compañero del PUM me recomendó que retire mi firma. Había tanto miedo en el aire.
Sentado frente al televisor vi como una compañera de facultad salia en el noticiero, aturdida cargando una frazada mientras era trasladada a Seguridad del Estado mientras la locutora del noticiero afirmaba que era una terrorista capturada junto con otros terroristas.
Mi familia tuvo que emigrar a consecuencia del endurecimiento del régimen de Fujimori. Nos instalamos en Asunción del Paraguay, donde recién se estaba instalando un régimen democrático. Ahí me encontré con una amiga que no veía hace mucho tiempo, lo curioso es que también había olvidado como la deje de ver. Su novio había sido asesinado junto al muchacho de la cabeza que vi junto a mi familia aquel día, desayunando en mi casa. Yo no lo recordaba, ella fue arrestada y sometida a tratos que no merece nadie y que solo pueden producir repulsión, por suerte para ella pudo salir del país, si no muy probablemente estaría muerta.
Volví a Lima en 1993, contra el deseo de mis padres, pero con su aprobación y respeto. Volví a la universidad para ver como ya no se hablaba de política. Me incorpore en una generación que reaccionaba en contra de cualquier atisbo de organización. Toda una generación censurada en la parte más intima de su ser. Mutilados y violados de conciencia. La impresión no fue buena. Se descubrían los crímenes de la cantuta y algo se movía dentro de la gente, tal vez vergüenza no sé bien, era muy difícil que alguien diga esta boca es mía: el miedo seguía.
Por esos días se movilizaron unos cuantos estudiantes contra el gobierno y por los derechos humanos, fue refrescante, sentí de pronto que no había caído la maldición de los muertos vivientes sobre nuestras cabezas y que tal vez solo fue parte de un estado de catatonia colectiva que empezaba a terminar.
Los días y los meses pasaban y confirmábamos poco a poco que algo estaba cambiando en la consciencia de las personas. El primer indicio fue que ya no me sentía solo, que había otros y otras como yo que tenían el mismo descorazonamiento y la misma esperanza a la vez.
En esa época publicar un periódico mural sobre política, denunciando a la dictadura era visto por muchos como un crimen. Tal es así que, en mi facultad, un par de veces nos pidieron explicaciones sobre lo que estábamos haciendo: explicaciones porque nuestras autoridades no estaban seguros de si era legal expresar las ideas. Igual lo hicimos y siento orgullo cada vez que lo recuerdo.
Con el tiempo los jóvenes se fueron organizando al rededor de ideas comunes. Hubo movilizaciones masivas en las calles, la consciencia de las personas despertaba poco a poco. El debate sobre la validez de nuestros actos cada vez pasaba a estar más de nuestro lado, era una gesta muy hermosa.
Recuerdo que un día me inquietó recibir amenazas por teléfono. Estas se hicieron cotidianas, amenazas e insultos. La más enfermante que recuerdo fue la voz de un niño que me insultaba y me decía que me matarían pronto, mientras era insultado y amenazado por un adulto. Siempre he querido creer que esa llamada fue producida como un programa de radio, que el niño era un actor y que no estaba soportando la tortura psicológica de ningún criminal. Esto ocurrió desde 1997 y no acabo hasta que cayó la dictadura. Recibía llamadas por mi cumpleaños, por navidad, por año nuevo o por cualquier día, todas anunciándome mi próximo asesinato. No fui el único en recibir las amenazas, muchos dirigentes del movimiento estudiantil de esos años las recibían. El gobierno gastaba el dinero de los peruanos en desmovilizar, con métodos ilegales, a los estudiantes. En otras palabras: nuestros impuestos se utilizaban en la ejecución sistemática de delitos.
Nos arrestaron, nos amenazaron, nos persiguieron, en las marchas nos golpearon y resistimos.
Todo esto pasaba mientras Fujimori comandaba las fuerzas armadas, negaba los crímenes de su gobierno y asesinaba pueblos enteros. Es lo que yo vi y viví, no lo que me contaron o leí en el periódico. Fujimori es un delincuente y tal vez el horror y la pena que a veces me embarga recordando estas cosas se alivie si es condenado, no por venganza si no por justicia.
Félix Álvarez Torres