nota.- estos videos son solo una referencia del documental presentado por discovery channel.
La venganza de Munich (II): ¿Cuántos inocentes mató el Mossad?
IÑIGO SÁENZ DE UGARTE 26 de enero de 2006
El Mossad parecía infalible... hasta que dejó de serlo. No hay servicio secreto que no termine cometiendo un error de grandes proporciones, especialmente cuando la presión de los gobernantes es máxima. En su caso, el fracaso no consiste tanto en matar a la persona equivocada, sino en que se sepa. Y eso es lo que ocurrió en Noruega en julio de 1973.
Los israelíes estaban a punto de cazar a su pieza más deseada: Alí Hassan Salameh, jefe de operaciones de Septiembre Negro en Europa Occidental. Salameh reunía dos características que lo convertían en un objetivo irresistible. Había intervenido en la preparación del secuestro de Munich y en la muerte de Cohen, y era también el jefe de Fuerza 17, la unidad de la OLP que tenía como misión la protección personal de Yaser Arafat. Después de meses de búsqueda por toda Europa, los ojeadores estaban convencidos de que habían encontrado la pista de Salameh en la localidad noruega de Lillehammer. Mike Harari, jefe de la operación "La ira de Dios", envió allí a uno de sus equipos, que cumplió su misión de forma discreta. Había sido demasiado fácil. Al día siguiente, descubrieron que habían fallado. Su víctima era en realidad un camarero marroquí casado con una noruega. Y para ellos, lo peor estaba por llegar. Meses de éxitos habían hecho creer a los agentes del Mossad que eran invulnerables. Las normas de seguridad que antes se cumplían de forma escrupulosa se habían relajado. Errores casi impensables en una organización que había demostrado su fiabilidad se sucedieron en pocos días. Los autores del asesinato abandonaron Noruega en cuestión de horas. Su equipo de apoyo permaneció en Oslo y cometió todos los errores posibles. Todo empezó con una matrícula Los vecinos dieron a la Policía la matrícula de un coche visto en las inmediaciones del crimen. Ese dato por sí solo no tendría que haber servido de mucho a las autoridades noruegas, pero resultó ser la pista que permitió la detención de todos los miembros del grupo. Los dos israelíes que alquilaron el coche fueron los primeros en caer al devolver el coche en el aeropuerto. No habían utilizado intermediarios locales que se ocuparan de la gestión. Ante la sorpresa de la Policía noruega, esta detención les llevó a un piso donde estaban otros miembros del Mossad. Harari escapó por los pelos. Los noruegos descubrieron que no tenía que apretar demasiado a los detenidos para que cantaran. En algún caso, el interrogatorio casi era superfluo. Un detenido sufría de claustrofobia y cuando fue confinado en una celda pequeña y oscura, algo no muy extraño en unas dependencias policiales, prometió contarlo todo si le pasaban a una habitación de mayores dimensiones. Utilizar en una misión en el extranjero a una persona con claustrofobia no es precisamente una medida muy inteligente para un servicio secreto. Otro error difícil de creer: uno de los agentes arrestados tenía en su poder la llave de un piso de París. La Policía francesa encontró allí pruebas que demostraban la participación del Mossad en los asesinatos de otros miembros de Septiembre Negro.
Los Gobiernos europeos optaron por no ser muy duros con Israel. El recuerdo de la matanza de Munich estaba aún muy presente. Noruegos, franceses e italianos prefirieron enterrar el asunto de forma discreta. Los agentes detenidos en Noruega recibieron condenas leves en el juicio, de entre dos a cinco años de prisión. Menos de dos años después, todos estaban ya en la calle. El Mossad tuvo que esperar seis años más para ajustar cuentas con Salameh. En 1979, colocó un coche bomba en una calle de Beirut y lo hizo estallar al paso del vehículo que conducía su objetivo. De una forma u otra, "La ira de Dios" no se apagó durante veinte años. La muerte en 1992 de Atef Bseisó en París se relacionó también con Munich. Cualquier conexión con el secuestro de los Juegos Olímpicos servía para justificar la eliminación de un enemigo. ¿Cuántos de los eliminados tenían que ver de verdad con lo que ocurrió en 1972? ¿Hubo más errores? Es probable que el error de Lillehammer no fuera el único. Septiembre Negro era muy consciente de los medios y la voluntad que el Mossad podía reunir en su persecución. Resulta llamativo que la mayoría de los asesinatos tuvieran lugar en Europa Occidental. Los responsables de Munich hubieran gozado de una mayor protección oficial en Europa del Este o en Oriente Medio. Algunos piensan que pocos de los eliminados tuvieron una participación directa en el secuestro de Munich. Cada uno de los asesinados fue homenajeado por la OLP como un destacado representante de la causa palestina, aunque no todos lo eran. Varias víctimas no contaban con un curriculum tan denso como el de Salameh ni tenían su habilidad para mantenerse durante años fuera del alcance de sus perseguidores. El Mossad utilizó Munich para extender su fama por toda Europa y demostrar a los palestinos que no eran los únicos dispuestos a utilizar la violencia para defender su causa. En la película de Spielberg, el protagonista, encarnado por el actor Eric Bana, muestra sus dudas ante la misión que tiene encomendada. Llega un momento en el que teme haberse convertido en algo parecido a aquellos a los que persigue. El asesinato de terroristas plantea la incógnita de siempre: ¿qué es lo que separa a un terrorista de su ejecutor? ¿Es la venganza la mejor forma de acabar con la violencia? Para los críticos de la película, éste es uno de sus puntos más cuestionables al suponer una cierta equiparación entre los autores de Munich y sus perseguidores. Es poco probable que los agentes del Mossad pasaran por estos momentos de introspección. Su misión era, con o sin Munich, eliminar a los enemigos de Israel y contaban con el pleno apoyo de sus gobernantes. Eso no quiere decir que la venganza no forzara al Mossad a pagar un precio muy alto. Israel sufría en esos años una amenaza mucho mayor que Septiembre Negro. Egipto se preparaba para otra guerra, la que se produjo en 1973, y esos prolegómenos encontraron al Mossad obsesionado por convertirse en el ejecutor de "La ira de Dios". Tras la fulgurante victoria de 1967, el Ejército y la inteligencia militar sufrían otro agudo ataque de complacencia. No creían capaz al Ejército egipcio de montar una operación militar a gran escala que pudiera amenazar la existencia del Estado de Israel. La gran red de confidentes con que el Mossad contaba en el mundo árabe tampoco les alertó de la guerra que estaba a punto de desencadenarse. La venganza es una misión demasiado absorbente. fuente
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